Me tomo mi tazón de café a las 9.30 am, bajo la palmera, respirando ese olor a tierra húmeda que deja una noche de lluvia de verano, y el cielo azuuuuuuul clarito, que en algún momento me hace acordar al de la mañana de agosto en Tilcara. Pero enseguida choco mi vista con los edificios y vuelvo a la Capital. No son cerros de colores, son monstruitos de cemento con ventanas y balcones para que la gente que los habita respire y se asolee un par de horas. Enero en la ciudad.
Y los gatos felices me muestran todas las cosas que hacen a esa hora en el jardín de mi casa, y me aprovechan a lo loco. No es común que comparta la mañana con ellos. A veces me acompañan en el desayuno pero en la cocina, es que Mavi siempre está apurada.
miércoles, enero 7
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